lunes, 13 de abril de 2009

Efecto...

Por Fernando Krakowiak
Los precios de los medicamentos aumentaron 17,5 por ciento en promedio en los últimos doce meses. Es el mayor incremento interanual en cuatro años y entre las variedades más vendidas las subas superan el 20 por ciento. Los datos surgen de un relevamiento del investigador de la Universidad de la Plata, Constantino Touloupas, sobre un total de 15.712 especialidades medicinales. La diferencia entre lo que pagan los laboratorios por las drogas en el mercado mayorista y el precio al que esa droga se vende en farmacias es exorbitante. En 2002 se intentó forzar una baja con la ley de prescripción de medicamentos por nombre genérico. El objetivo era que los laboratorios compitieran por precio y no por marca para que la población tuviera la opción de comprar más barato, pero las prácticas colusivas neutralizaron esa estrategia. Si bien hay cerca de 300 laboratorios, cuando la oferta se analiza por producto predomina la concentración. Según un informe del investigador Federico Tobar, ex coordinador del Programa Remediar, el 47,1 por ciento de las drogas que se venden en el mercado tienen un único oferente y el 88 por ciento tiene menos de seis, lo que facilita la cartelización. Las variedades genéricas se venden a precios similares a los de la droga original. Es lo que se conoce como el “efecto murciélago”, pues todos se cuelgan del precio techo.
De hecho, la diferencia de precios entre el medicamento más caro y el más barato para cubrir una misma patología suele oscilar en apenas el 10 por ciento cuando los oferentes son menos de seis. Lo que sigue son algunos ejemplos que dejan en evidencia los acuerdos entre empresas:
u Un caso paradigmático es el famoso Tamiflu, marca comercial con la que se conoce a la droga oseltamivir, que adquirió carácter estratégico frente a la pandemia de gripe A. El Tamiflu es comercializado por el laboratorio suizo Roche, pero la Administración Nacional de Medicamentos. Alimentos y Tecnología Médica (Anmat) les concedió registro sanitario también a otros cinco laboratorios que ofrecen versiones genéricas: Elea, LKM, Northia, Richmond y Finadiet. Lo llamativo es que el precio del Tamiflu es de 135,4 pesos, mientras que el genérico que comercializa Elea se vende a 159,9 pesos (18 por ciento más) y la copia de LKM a 151,1 (12 por ciento por encima del original). Northia y Richmond ofrecen su versión apenas un 1 por ciento más barata que el Tamiflu y Finadiet sólo un 4 por ciento por debajo.
u Lo mismo ocurre con la droga leuprolide, que toman quienes padecen cáncer de próstata. El medicamento original lo vende el laboratorio estadounidense Abbott bajo la marca Lupron. Cada ampolla de 7,5 miligramos cuesta nada menos que 1726,95 pesos. En el mercado también están disponibles las versiones genéricas de los laboratorios nacionales LKM (Leprid) y Raffo (Eligard) y la de Sandoz, una división de la multinacional suiza Novartis, que participa del negocio con la marca Lectrum. Sin embargo, esa variedad no representa ninguna ventaja para el paciente porque la competencia por precio no existe. La ampolla que produce LKM se vende a 1843,2 pesos (6,7 por ciento más que el original), la de Sandoz cuesta 1810,4 pesos (4,8 por ciento más) y la de Raffo 1710,4 pesos (apenas un 1 por ciento más barata).
u Los precios tampoco se desmarcan entre los que ofrecen la digoxina, droga recetada para quienes padecen insuficiencia cardíaca crónica. Los laboratorios oferentes en el mercado argentino son seis, pero sólo cuatro venden presentaciones con dosis equiparables. El laboratorio HLB Pharma ofrece la caja de 20 comprimidos importados con la marca Lanicor a 10,3 pesos; Klonal comercializa la misma presentación con la marca Digocard-G a 12,1. Roemmers vende paquetes de 25 comprimidos con el nombre Lanoxin a 13,4 y Medipharma cajas de 30 comprimidos con la marca Cardiogoxin a 14,9 pesos. La diferencia de precios entre los extremos llega al 45 por ciento, pero el más caro viene con un 50 por ciento más de comprimidos. De hecho, cuando se compara entre HLB Pharma y Klonal, que ofrecen la misma cantidad de pastillas, la diferencia se reduce al 18 por ciento y llamativamente los que salen más baratos son los comprimidos importados que provee Pharma.
u También hay casos donde los oferentes de un producto son más de seis, pero la diferencia de precios sigue siendo escasa y la variedad genérica cuesta en farmacias más cara que el original. Por ejemplo, el alprazolam es un tranquilizante desarrollado por el laboratorio Pfizer, que lo vende en el país con la marca Xanax. La caja de 0,5 miligranos por 30 comprimidos cuesta 12,6 pesos. No obstante, el laboratorio Gador lidera ese mercado con una copia conocida con el nombre Alplax, que cuesta 13,7 pesos (8,9 por ciento más). El paciente dispone además de otras 27 marcas del mismo producto, pero la diferencia entre el Alplax y el más barato de todos (Aplacaina, de Richmond) es de apenas 24 por ciento. En su informe, Tobar detalla incluso que el Alplax cuesta más caro que en España, donde Pfizer lo comercializa con el nombre Trankilazin.
La brecha de precios entre los productos destinados a curar la misma patología es acotada, sobre todo si se toman en cuenta los márgenes que maneja la industria farmacéutica. En 2006, la Asociación de Agentes de Propaganda Médica realizó un informe, que Cash publicó en noviembre de ese año, donde comparó los precios de venta de droga por kilo de una distribuidora que abastecía a laboratorios pequeños y hospitales y el precio al que esa misma droga se vendía al público en farmacias. La diferencia llegaba entonces en algunos casos al 55.200 por ciento. Es cierto que el proceso de industrialización insume otros gastos, además del costo de la droga, tales como la mano de obra calificada, el precio de los excipientes que les dan contextura y color a los comprimidos y garantizan su correcta absorción por parte del organismo. También se deben tomar en cuenta los impuestos, los gastos de packaging y publicidad y los márgenes del resto de la cadena, pero la brecha es tan abismal que es difícil suponer que esos otros gastos compensen el diferencial de precios.
Los laboratorios también justifican los márgenes extraordinarios haciendo mención al gasto que realizan en investigación y desarrollo, pero en el caso de los nacionales el argumento no se sostiene, pues la mayoría de las drogas que comercializan fueron copiadas de multinacionales extranjeras antes de que se sancionara la ley de patentes. Sin embargo, como se detalló más arriba, en varios casos los precios de las variedades genéricas superan al del original.
La pregunta del millón es por qué los laboratorios nacionales pueden darse el lujo de vender variedades genéricas a un precio mayor que el original o apenas por debajo. Uno de los motivos es que las marcas que comercializan son más conocidas debido a la fuerte inversión publicitaria que realizaron durante décadas. Sin embargo, la clave no pasa sólo por la confianza que les generan a los pacientes sino por el acceso preferencial que lograron a los vademécum de las prepagas, las obras sociales y el PAMI a partir de negociaciones poco transparentes. Eso hace que cuando un paciente necesita un medicamento no pueda optar entre toda la oferta disponible en el mercado de ese producto sino sólo entre los que figuran en el vademécum de su prestador médico. Por eso los laboratorios nacionales privados que venden copias pueden darse el lujo de colgarse del precio techo que fijan las multinacionales con sus originales, emulando a los murciélagos
MARTIN ISTURIZ INVESTIGADOR SUPERIOR DEL CONICET
“Producción pública”
¿El Estado está en condiciones de producir medicamentos para fijarles un precio testigo a los laboratorios privados?
–Está en condiciones de producir algunos medicamentos, sobre todo los más básicos, porque la droga se puede comprar a granel y la elaboración la pueden realizar los laboratorios públicos.
–Cuando Graciela Ocaña asumió en el Ministerio de Salud impulsó la producción pública de medicamentos y le ordenó al Programa Remediar que comprara esa producción. Sin embargo, fueron pocos los laboratorios registrados ante Anmat y la provisión fue escasa.
–Dentro de los 37 laboratorios públicos hay pocos que reúnen las exigencias que solicita la Anmat. Los que estaban en condiciones fueron cinco o seis y se empezó a trabajar con ellos. El resto empezó a invertir para poder integrarse a la red de laboratorios públicos posteriormente.
–No sólo eran pocos sino que proveían medicamentos de baja complejidad.
–Comenzaron proveyendo aspirinas, dos antibióticos (cefalexina y amoxicilina) y un hipoglusemiante oral.
–¿Y qué hace falta para producir más?
–Falta decisión política e inversión pública. En su momento, Enrique Martínez puso el INTI a disposición de los laboratorios públicos para que mejoren su tecnología, los controles de calidad y la validación de procedimientos, pero falta seguir avanzando.
–Algunos expertos afirman que es mejor fijar precios máximos en lugar de impulsar la producción pública porque es una medida que tendría repercusión inmediata y no forzaría al Estado a realizar un gasto millonario en medicamentos.
–No son instrumentos excluyentes. La fijación de precios máximos se puede complementar con una producción pública que no requiere una inversión millonaria, ayuda al desarrollo de todo el sistema de ciencia y tecnología y es estratégica para no depender exclusivamente del mercado. Por ejemplo, hubo dos años en que no hubo medicamentos contra el mal de Chagas porque Roche consideró que no era rentable producirlos. Tener una industria poderosa sirve también para lidiar con las multinacionales. Hace un tiempo, el laboratorio Merck subió el precio de los retrovirales en Brasil. El Ministerio de Salud consideró que no había justificación desde el punto de vista de los costos y los amenazó con no respetar patentes y ordenarle al laboratorio estatal Farmanguinhos que comenzara a producirlos. Entonces, Merck tuvo que bajar el precio
FEDERICO TOBAR EX COORDINADOR DEL PROGRAMA REMEDIAR
“Fijar precios máximos”
Usted fue uno de los impulsores de la ley de prescripción de medicamentos por nombre genérico para favorecer la competencia por precio, pero las prácticas colusivas de los laboratorios neutralizaron esa estrategia. ¿Qué se puede hacer para revertir la situación?
–La colusión de precios empieza a romperse cuando hay seis oferentes de un mismo producto. Por lo tanto, si la oferta es menor y el medicamento es caro lo que debe hacer el Estado es fijar un precio máximo de venta a partir de una comparación con los valores de otros países como hacen Colombia, Brasil y Europa. Por ejemplo, en Brasil sólo autorizan a los laboratorios a vender genéricos si los ofrecen a un 35 por ciento menos que el laboratorio que tiene la patente, mientras que en Argentina algunos genéricos cuestan más caros que el original.
–¿El Estado tiene capacidad para llevar adelante esa regulación?
–Cualquier estudiante de Economía lo podría hacer. No estoy planteando hacer un análisis de la estructura de costos sino comparar los precios de venta al público en distintos países. Lo que hace falta es voluntad política.
–El acceso a los vademécum de obras sociales y prepagas también opera como un freno a la competencia porque si el medicamento no está en esos listados no alcanza con vender más barato.
–En el país hay un Programa Médico Obligatorio que dice que los prestadores tienen que cubrir el formulario terapéutico nacional, que son más de 500 medicamentos, pero resulta que eligen las marcas. Ese tipo de prácticas se tienen que desterrar. Lo que pasa es que es un mecanismo muy corrupto que mueve millones de dólares y sólo se puede enfrentar con decisión política.
–¿El Estado no puede producir medicamentos para fijar un precio testigo?
–Es una alternativa muy idealista. Yo tuve que enfrentar esos planteos cuando estuve al frente del Programa Remediar porque Ginés González García no quiso incentivar la producción pública. Cuando asumió Graciela Ocaña armó un programa de producción pública de medicamentos y la orden fue que Remediar comprara esos productos. Empezaron comprando un solo producto y luego pasaron a comprar tres porque los laboratorios públicos registrados ante la Anmat eran muy pocos. Además, eran medicamentos de bajísima complejidad como aspirinas. En teoría es correcto hacerlo y de hecho en Brasil funciona, pero aquí los laboratorios públicos terminan produciendo muy pocos medicamentos de baja complejidad y algunos de calidad dudosa. Para revertir eso se requiere una inversión fuerte que no sé si el Estado está en condiciones de afrontar y que seguro no va a tener repercusión inmediata

1 comentario:

Ivana C. Jullier dijo...

Me pareció muy interesante el artículo y estoy de acuerdo con las opiniones del autor. Y justamente, por lo que señaló Adriana en el teórico, de que no podemos escabullirnos en teorías psicológicas siendo ajenos a nuestro contexto, y por traernos devuelta a Freud citándolo cuando dijo que toda psicología es una psicología social; me parecería importante también para hablar en clases acerca de la imputabilidad de los menores, un tema candente hoy en día en nuestro país.

Se me presentaron muchas preguntas a raíz de un debate que se generó en un cumpleaños al que fui. Los temas fueron varios o no se si en realidad fue uno solo...Se hablo del SIDA, de la construcción del muro de San Isidro, del asistencialismo, etc.

En lo referente al tema del muro algunos estuvimos en desacuerdo, y otros insinuaban estar de acuerdo. Digo insinuaban, porque explicaban que a esas personas -de los barrios “decentes”- (comillas mías) que lo construyeron o al menos estuvieron de acuerdo con su levantamiento no les quedo otra; la gente esta cansada y el Estado no ofrece soluciones, y a fin de cuentas estamos inermes. No lo construyeron o estuvieron de acuerdo con ello porque sean fascistas. Por otra parte decían no justificar esa acción. Sentí eso como una contradicción.

Aparecieron nombrados otros muros, las fabelas del Brasil, el muro de Berlín etc. Alguien dijo “si pero en fin eso fue en Berlin”…Parece que en ese caso no hay que mirar. Pero sí hay que copiar ciertas acciones o ideas de los países desarrollados, porque claro! todo lo que ellos hacen es bueno, digo esto porque me llegó un mail de una compañera de la facultad -que parece estar de acuerdo con el mensaje- en el que se muestra cuales son los funcionarios y/o personajes que colaboran para trabar el proyecto de bajar la edad de imputabilidad, también aparece un cuadro comparando la edad de imputabilidad en otros países.

Escuché en un programa, a una psicóloga que decía que la edad de conciencia moral son los 14 años. Esto significa según lo que dijo, que es la edad de aparición de la capacidad para ponerse en el lugar del otro. Esto en base a unos estudios que no se sinceramente quien lo realizó y sobre que población tampoco. ¿Puede un niño lograr esto si todo lo que conoce del mundo se le aparece como hostil? .Y eso lo lleva luego a no valorar la vida de otro. Si todos somos sujetos de derechos ¿quien es uno para robarle la vida a otro? sea quien sea. ¿En que caso hablamos de valorar la vida? Hay excepciones?

Si se llenan los reformatorios de menores ¿estaría todo solucionado? Desde mi opinión personal lo dudo, aparecerían otros, y otros después, además no se qué es lo que pasa dentro de esos institutos de menores.

Porque mirar siempre a los menores. Sí, ellos son el futuro, es verdad. Pero esto les concierne en primer lugar a los adultos.

Con respecto a las drogas, tomándolas como objeto, porque no dejamos de echarle la culpa también. Si se la despenaliza ¿iría todo el mundo a conseguirla? Legal o no, se la consigue. Creo que mejor es pensar en qué es lo que hace la diferencia entre alguien que cree que la necesita y alguien que no. Porque no pensar mejor en qué es lo que nos pasa como sociedad.

En el cumpleaños también se comparó el muro con las rejas, paredes, alarmas, perros etc., presentes en casas y negocios. “¿No es eso discriminar y protegerse también?”, “Discriminar no es ser racista para mi, es solo saber separar…”, dijo alguien. No estoy de acuerdo, una cosa es protegerse contra algunas personas y otra es meter a todos en la misma bolsa y cercar a todo un barrio. Esto me hace pensar en lo difícil que es ponerse en el lugar del otro, de aquel que quedo del otro lado sin querer causarle mal a nadie, y en la indiferencia social. Incluyéndome, muchas veces somos individualistas.

Siguiendo la DISCUSIÓN surgió la pregunta por la culpa ¿De quién es la culpa? Unos dijeron que de todos de la sociedad, otros que de los que nos gobiernan. “Si este pibe de 14 años mató, no es culpa mía…yo pago mis impuestos para que el Estado me garantice tatata…”.

A mi una vez me robaron, era de noche y a pesar de los gritos nadie salió de su casa a ayudar, solo cuando vino la policía. Si me mataban junto con las personas que estaban conmigo, los que estaban en sus casas no iban a ser culpables de matarnos, pero quizás sí de no hacer nada, de mirar para otro lado… ¿Como se piensa eso?
¿Como puro egoísmo, o egoísmo necesario para conservar la propia vida? Un escritor Edmund Burke dijo también “lo único que necesita el mal para triunfar, es que los hombres buenos no hagan nada”

Como el gobierno tiene la culpa nada se puede hacer, ellos tienen el poder!, dijeron unos. Con las marchas, las velitas etc. en contra del hambre y la inseguridad. ¿Acaso se solucionaron realmente las cosas?. El gobierno se nos ríe por favor!. El sistema, la manera de funcionar de nuestra democracia está mal, con esto último estuve de acuerdo. Otro de los q hablaba dijo “no puedo hacer más que salir a trabajar, laburar, cuidar de mis hijos etc. Pensar en que todo va a cambiar, en que tenemos que participar y ayudar es pura utopía”
“Las madres de plaza de mayo lograron cosas…”, menciono otra persona.

También se me ocurrió pensarlo de otra forma: ¿entonces el que participa, el que se compromete, el que es militante etc. es culpable también? ¿O sigue siéndolo, porque no logra nada?
También se habló de que cuando uno anda por la calle y ve a alguien que le parece extraño; no puede no discriminarlo, se toman precauciones, no se puede ir por la vida hoy en día confiado, creyendo que nada le va a suceder o que todos son buenitos. No hay que ser hipócritas, nadie es ajeno al prejuicio. Nadie puede andar encapuchado ahora, sin que nadie sospeche. Pienso que es así, aunque no debería serlo.

Otra cosa que se dijo en el debate es que los jóvenes estamos quizás más esperanzados, y desde mi punto de vista aunque pueda ser imposible ese mundo donde reine la paz total, se puede estar mejor.
“Entonces -me pregunto alguien- ¿vos que harías para lograr el cambio específicamente? No fui la única que respondí. Le dije que siendo un ciudadano responsable, participando; dije que el cambio es de abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo. Desde arriba, o delegando todo el poder a los de arriba no se lograría nada. Arnold Joseph Toynbee un historiador británico mencionó algunas frases conocidas: “El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por aquellos que si les interese”, “Las civilizaciones mueren por suicidio no por asesinato”, “Antes o después el hombre siempre ha tenido que decidir si le rinde culto a su propio poder o al poder de Dios”.

Y me dijeron: “pero si votas, vas a las marchas, sos militante, no cambia mucho; Aquellos que representan al pueblo después terminan siendo corruptos, por lo menos en su mayoría”. ¿Quién puede negar eso no?

Bueno dije medio en broma: “hagamos una revolución”, pero enseguida apareció en mi cabeza la idea de guerra, violencia y muerte, entonces me callé. Paradoja humana, la guerra para la paz, no me parece. Y por otra parte sabemos que gran parte de la historia de la humanidad está atravesada por guerras, y la paz realmente en si, nunca fue alcanzada. ¿La guerra es inevitable realmente? ¿En las cartas intercambiadas entre Einstein y Freud, estará la respuesta?

Otra de las chicas opinó que la forma de lograr un posible cambio es desde el lugar de cada uno, desde nosotros como futuros psicólogos por ejemplo, desde los trabajadores sociales, maestros, etc. Y no pensando que matando a un violador, asesino, ladrón etc, queda todo solucionado. De igual manera sabemos que muchos lo piensan así, sobre todo en caso de haber sido victimas directa o indirectamente.
“Si pero las personas que no son profesionales o estudiantes y que no piensan como ustedes, de que el violador, el asesino no eligió ser eso…, y que le mataron a un ser querido ¿que hace, que piensa, que tienen que sentir?”

Sí, uno solo no va a cambiar el mundo, sí, la gente está cansada. ¿Pero que hay con nuestro granito de arena? Recuerdo un documental muy conocido “La verdad Incómoda”, uno de los mensajes que deja es que todos con un poco podemos hacer mucho para salvar a nuestro mundo de los desastres naturales.


En la cátedra hablamos del papel de los psicólogos como agentes de salud, de las instituciones como formadoras de subjetividades. Aunque decidamos ser psicólogos clínicos ¿esto va más allá de estar dentro del consultorio escuchando al paciente, cierto? ¿Podemos contribuir a ser transformadores de subjetividades también, en beneficio de nuestra sociedad? ¿Cómo? ¿Qué tienen para decir los psicólogos y psicoanalistas a pesar de sus diferencias, acerca de estos temas?
Más preguntas que respuestas.Con mas dudas que con certezas me quedé, y que cumpleaños!
¿Qué está bien, que está mal? Pregunta desgarradora